martes, 1 de septiembre de 2009

Escritos

Tener un blog personal implica la posibilidad de decir lo primero que le venga a uno a la mente -o lo último, según se mire- sin tener en cuenta cómo se diga, o, es más, lo que se diga en sí. La voluntad es la única restricción, pues. Con lo cual, me dispongo a hacer, y hago, eso mismo. Con esta afirmación dejo claro que el lector pasa a un segundo, tercer, cuarto plano, ninguno. O, en otras palabras, que su posible futura "presencia" o juicio sobre cualquiera que fuese lo expuesto, carece por completo de importancia en el momento presente y no presente -pasado o futuro- en el que tal hecho pueda darse lugar. No es, en absoluto, un diálogo o un escrito con intenciones didácticas o cualquier otra que implique tomar en cuenta a un ente pensante que no sea uno mismo. Los de esta condición, sólo tienen el propósito de dejar constancia, autoafirmarse o concretarse. O todo lo anterior, en realidad, referido al autor “material” de los mismos. Son pensamientos que han dado testimonio de sí mismos. Pensamientos, claro está, adulterados de su concepción inicial, sólo concebible en ámbito abstracto.
Podríamos bien hablar de traducciones u otra clase de pensamientos. Es decir, que el hecho mismo de escribir, podría consistir, a su vez, en el mismo hecho de pensar. También podría tratarse de diferentes idiomas o medios que nos permiten concebir una idea –o ideas- determinada, que es el “fin último” del lenguaje. Probablemente, se trate de tanto lo uno, como lo otro. Las palabras falsifican, en cierta manera, el pensamiento original, con lo que se forma una idea ligeramente o no tan ligeramente distinta, y, por otra parte, sigue tratándose en menor o mayor medida de este mismo pensamiento. Cabe decir que estamos suponiendo de antemano que se posee una idea previa que servirá como base para lo escrito posteriormente. Existen otra clase de “anotaciones” improvisadas que carecen de este esqueleto. La diferencia, aunque no tan grande, entre una y otra, estriba en la influencia de la conciencia. En el primer caso, somos más conscientes de qué queremos contar, al contrario que en el segundo caso.
De todas formas, todas las categorías no son más que meras invenciones. O sea, que las barreras o grandes abismos entre cada una de las clasificaciones hechas son apenas inexistentes. Siempre habrá más o menos conciencia de lo escrito, y la influencia del inconsciente será preponderante en todos los casos. Incluso estos están inevitablemente ligados, no existe una línea real que los separe. Todo ello lleva a una inevitable visión fragmentaria de la realidad, de la vida misma, y, cómo no, de los textos. ¿Cuántas categorías literarias existen actualmente? Lo desalentador es que son, en muchas ocasiones, estas categorías las que dirigen la propia creación. Lo cual, no es necesariamente malo hasta restringe esa libertad o individualidad intrínseca en este proceso. Es decir, cuando no concede la posibilidad al “creador” de elegir cómo y qué crear –esto tiene sospechosa relación con lo narrado en las primeras líneas de esta entrada-. Sin embargo, por contradictorio que suene o parezca, sin las categorías sería imposible entender lo que nos rodea. Esa visión fragmentaria y parcial de las cosas, es necesaria para que tenga lugar esta pseudocomprensión, puesto que nuestra comprensión dista mucho de ser del todo verdadera.

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