"Antístenes decía que los aduladores eran peor que los cuervos porque al fin y al cabo éstos devoran cadáveres, pero aquellos devoran a los seres vivos."
"Cuenta una leyenda que Epiménides el cretense (un filósofo y poeta incluido en alguna de las listas de los siete sabios de Grecia y que también debería estar incluido en la lista de los siete durmientes, pues según Plutarco pasó cincuenta años seguidos durmiendo, aunque otros dicen que se queda corto y que fueron cincuenta y siete) viajó a la India y le preguntó a Buda:
-¿Sabrías decirme cuál es la mejor pregunta que puede hacerse y cuál es la mejor respuesta que puede darse?
Y Buda le contestó:
-La mejor pregunta que puede hacerse es la que tú acabas de hacer y la mejor respuesta que puede darse es la que yo te estoy dando."
-¿Sabrías decirme cuál es la mejor pregunta que puede hacerse y cuál es la mejor respuesta que puede darse?
Y Buda le contestó:
-La mejor pregunta que puede hacerse es la que tú acabas de hacer y la mejor respuesta que puede darse es la que yo te estoy dando."
"Un sermón de Buda fue interrumpido por los improperios que un hombre le dirigía. Buda entonces le preguntó serenamente:
-Si un hombre le ofrece a otro un regalo, pero éste es rechazado, ¿a quién pertenece ese regalo?
El hombre contestó:
-A quien lo ofreció, naturalmente. Y Buda apostilló:
-Entonces, como yo declino aceptar tus injurias, te corresponde a ti quedarte con ellas."
-Si un hombre le ofrece a otro un regalo, pero éste es rechazado, ¿a quién pertenece ese regalo?
El hombre contestó:
-A quien lo ofreció, naturalmente. Y Buda apostilló:
-Entonces, como yo declino aceptar tus injurias, te corresponde a ti quedarte con ellas."
"En cierta ocasión en que la adversidad se cebó con Confucio y sus discípulos mientras andaban de viaje (se les agotaron las provisiones y varios discípulos cayeron enfermos), uno de ellos se disgustó y le preguntó al maestro:
-¿Pero es que también los hombres superiores tienen que pasar por estas miserias?
-Ciertamente -respondió Confucio-, pero sólo los hombres vulgares pierden la compostura cuando tienen que sufrirlas."
-¿Pero es que también los hombres superiores tienen que pasar por estas miserias?
-Ciertamente -respondió Confucio-, pero sólo los hombres vulgares pierden la compostura cuando tienen que sufrirlas."
"Mucha gente asocia a los filósofos con gente frugal y más bien incapacitada para disfrutar de los placeres de la vida. Así debía de creerlo también el conde de Lamborn, quien se encontró en uno de los mejores mesones de París con Descartes, el más famoso de los filósofos del siglo XVII, quien, con gesto de satisfacción, estaba dando buena cuenta de un exquisito faisán. Al verlo, el conde se dirigió a Descartes con estas palabras:
-No sabía que los filósofos disfrutaran con cosas tan materiales como ésta.
Contrariado por la impertinencia y la intromisión, Descartes le replicó:
-¿Y qué pensabais, que Dios hizo estas delicias para que las comieran sólo los idiotas?"
-No sabía que los filósofos disfrutaran con cosas tan materiales como ésta.
Contrariado por la impertinencia y la intromisión, Descartes le replicó:
-¿Y qué pensabais, que Dios hizo estas delicias para que las comieran sólo los idiotas?"
"Rousseau tenía un temperamento delicado. Neurótico, narcisista, hipocondríaco, masoquista, padecía además intensos ataques de manía persecutoria. Autor de una de las obras más ambiciosas sobre la educación de los niños (su ya citado Emilio), se sintió sin embargo incapaz de ocuparse de la educación de sus propios hijos, entregando los cinco que nacieron de su relación con Thérèse Lavasseur a los orfanatos públicos.
Por si fuera poco, sufría depresiones que lo llevaban a pensar a menudo en el suicidio. A este respecto, cuenta Diderot que un día fue a visitarlo a su casa de Montmorency y Rousseau le confesó, frente al estanque, que había estado tentado de arrojarse a él para acabar con su vida.
-¿Y por qué no lo hiciste? -le preguntó Diderot a bocajarro.
Rousseau, sorprendido por la falta de tacto de su amigo, le respondió:
-Porque metí la mano en el agua y me pareció demasiado fría."
Por si fuera poco, sufría depresiones que lo llevaban a pensar a menudo en el suicidio. A este respecto, cuenta Diderot que un día fue a visitarlo a su casa de Montmorency y Rousseau le confesó, frente al estanque, que había estado tentado de arrojarse a él para acabar con su vida.
-¿Y por qué no lo hiciste? -le preguntó Diderot a bocajarro.
Rousseau, sorprendido por la falta de tacto de su amigo, le respondió:
-Porque metí la mano en el agua y me pareció demasiado fría."
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